domingo, 18 de octubre de 2009

Acerca de las madres, los hijos, los años y los errores

No recuerdo haber dado mucha información sobre este tema. Para ese momento yo tenía si no me equivoco 17 años, ganaba plata para comprar discos en lo de fito haciendo prendedores en forma de estrella, nos habíamos puesto muy alternativos por esos años. Yo que usaba el pelo corto, yo que llevaba por dentro la adrenalínica mirada de los punks viejos que nunca llegué a conocer por otra cosa que no sean canciones, yo que usaba lunares y rayas de manera indiscriminada y sin tener ni siquiera noción de lo que era el que dirán, yo moría por los claveles rojos, hechos de gajos de cosas que nos pasaron, usados generalmente para los velorios y entierros, yo me desarmaba al verlos, y pasaba horas analizándolos. Ese color rojo fuego, como la mirada de mi vieja, sangre, temor, locura, dulzura, piedad, maldad, todo convive en esa flor de manera mágica y equilibrada, es solo una flor y cada uno que la tome se verá forzado a hacer un juicio acerca de ella, olvidando que quizás solo sea una flor, y que como toda flor, solo por existir es bella.
Ese octubre pasé por la florería que estaba a la vuelta de mi colegio, invertí los ahorros de esa semana en un ramo de claveles rojos enorme, con una tarjeta que intentó seguramente ser tierna, compasiva, y hasta afectuosa. Toda mi analogía de los claveles deviene en lo siguiente: cuando iba caminando hacia mi casa me contenté con saber que por un par de horas ella miraría las flores e intentaría guardar algún buen recuerdo de mi en su corazón, ya que era un final esperado lo que sucedería después. Me dejé de sentir hija cuando me vi llevándole flores a alguien que no me conocía. Me sentí parte de una especie que a veces olvida lo que es, y entendí algo que aprendería años después, no todas las madres son como las madres de los tangos, y algunos hijos somos una consecuencia, y solo necesitamos mirar una foto debes en cuando. Yo sin darme cuenta llevaba flores al entierro de lo poco que quedaba de ella, después la casa quedó vacía, y yo ahora no puedo dejar de tener esos sueños parecidos a los que tienen los veteranos de guerra que han perdido algún que otro pedazo en combate. Me fui antes de tirar la primera piedra, me fui con temor a ser como ella, cumplí 19 años ya fuera del infierno, pero me duele haber podido sacar a todos y no haber podido rescatarla a ella, no haber sido lo suficiente, no haber logrado que todo mi amor alcazara para curarla. Los años hicieron estragos en todos nosotros, pero tengo la esperanza de que hemos hecho los mejor que pudimos, lo que nos dio, lo que nos alcanzó, lo que nos salió. Las madres a veces son peligrosas, los hijos a veces llevamos la estrella de los ingobernables, los años merecen ser vividos con el mayor de los respetos, con amor y si se puede un poco de fantasía, los errores vuelven una y otra vez y a veces son como flechas, y llegan a donde no llega nada, a recordarnos que hoy podemos ser otra cosa, que hoy no es ayer, que se puede elegir entre volver a hacer las cosas mal, o tratar de hacer otra cosa, que se puede reciclar el pasado y devolverlo en forma de aire, liviano y calido, para los que, como uno, sufren por cosas que muchos ya dan por sentado.
Feliz día a todas las madres que reparan todos los días aunque sea 15 minutos a preguntarse si realmente está bien lo que está haciendo, a las que no esperan que sus hijos salven a al humanidad y solo se contentan con verlos tomar la leche y pegando dibujos en la heladera, a las madres que miran y dicen te amo, y a cualquier mujer que sea capaz de pararse a llorar en una esquina al ver un pibe limpiando vidrios descalzo.
Y feliz día sobre todo a mi madre, a quien amo con locura por ser quien me dio el claro ejemplo de lo que no voy a ser nunca.

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